España es un gran lugar para vivir, probablemente uno de los mejores en todo el planeta. El clima, la gastronomía, los parajes y sus gentes. Sin embargo hay algo que deberíamos mejorar, algo que nos lastra desde hace siglos y que haría de nuestro país no uno de los mejores sino el mejor. Estoy hablando del interés individual.
Cada día lo veo a través de la convivencia, de las noticias, en el transporte y hasta en mi especialidad, la arquitectura. No creo que sea una pandemia exclusivamente española, probablemente lo sea de todo el mundo occidental, el egoísmo nos puede y el interés colectivo brilla por su ausencia.
En países como Japón el interés colectivo prima sobre el interés individual y siempre se anteponen las soluciones generalistas ante los problemas del individuo. Es decir, si para dar solución a un problema que aqueja a la mayoría se ha de molestar a una minoría se hace sin más contemplaciones y la gente lo entiende. Es exactamente la misma premisa que la de un capitán de barco, se busca siempre el mal menor. Así avanza una sociedad. En España sin embargo la cosa es bien distinta y se puede apreciar en las pequeñeces más cotidianas.
El interés individual en el transporte

Por no mencionar los atascos, formados exclusivamente por la intervención de dos tipos de conductores: los atontados y los frenéticos. El primero va lento porque o no quiere o lo que es peor, no sabe, el segundo va tan rápido que los demás sólo pueden apartarse generando aún más problemas. Y lo mismo sucede en el transporte público, la gente no avanza en los autobuses para dejar pasar a los demás, o en el metro... Cuantas veces me habré apartado un poco para dejar pasar a alguien que quería avanzar y me ha quitado el sitio, dejándome como un contorsionista apoyado en un único pie y el brazo en alto. ¿Por qué? Porque lo primero soy yo y luego todos los demás.
El mal ejemplo del que debería darlo bueno


Lo mismo podría decir del partido que gobierna, o del anterior, o del anterior... o del de Cánovas o de Sagasta, y acabar por los habitantes de Atapuerca.
Siento que esta pequeña reflexión haya sonado un poco negativa pero quizá deberíamos replantearnos nuestras normas de convivencia para fijarnos un poco más en el prójimo y un poquito menos en nuestro ombligo, porque sin duda alguna mejor nos iría si jugáramos como un equipo y no como estrellitas de equipo de fútbol.
Pablo.
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